¿Los abuelos, clave para la evolución humana?

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Por los datos que se van recopilando, se ve claro que la pandemia de COVID-19 perjudica de forma mucho más grave a la gente de más edad, a los abuelos o ancianos.
Este suceso nos lleva a reflexionar que el virus no es tan complicado como si afectara más dificultosamente a los adolescentes. Los abuelos ya han vivido lo de el, y aunque han contribuido a la sociedad, no dejan de ser en este momento una carga. No es una gran tragedia que el coronavirus se los lleve. Si no fuera eso, será finalmente otra cosa.

Pero esta forma de reflexionar tiene un serio inconveniente. Si los abuelos son una carga, ¿por qué existen? ¿Por qué la longevidad de nuestra especie es tan extendida como para que tengamos la posibilidad de ver crecer a nuestros nietos? Es esta una atrayente cuestión científica que, en esta situación, tiene relación a nuestro origen y evolución como humanos modernos.

No debemos olvidar que nuestra especie es excepcional: es la única que es dependiente de la educación e información para subsistir y tiene varios individuos con nietos, siempre que sus hijos estén por la labor.

No hay abuelos en otras especies

 
Los integrantes de otras especies extraña vez llegan a ser abuelos: su historia es bastante corta. Varios insectos, entre otros, no llegan jamás a conocer ni a sus propios hijos, debido a que mueren antes de que nazcan. La circunstancia de aves y mamíferos no es tan dramática, pero lo habitual es que los individuos de más grande edad hayan muerto, víctimas de predadores o anomalías de la salud, antes de que nazcan sus nietos.

No pasa de esta forma en nuestra especie. Quizás somos la única especie con varios abuelos y la exclusiva que, además, puede preguntarse: ¿cuándo durante nuestra evolución se alcanzaron las condiciones que nos aceptan una longevidad tan elevada?
 

Dientes fósiles para contar abuelos

Aunque no es una pregunta fácil de responder, los trabajos de numerosos antropólogos y paleontólogos, junto al desarrollo de nuevas técnicas de análisis de restos fósiles –en particular de dientes fosilizados– han dado con la clave.
Los dientes son los restos fósiles mejor conservados. Su gran contenido mineral los preserva de la mayor degradación que sufren otros huesos. Además, guardan en su superficie signos de su desgaste natural a lo largo de la vida como consecuencia de la masticación de los alimentos. Así, un diente fosilizado con numerosos arañazos proviene de un individuo que masticó alimentos por más años y que, por tanto, murió a una edad más avanzada.
La técnica del escáner por microtomografía computarizada de alta resolución hace posible hoy realizar un análisis en detalle de las erosiones de la superficie de los dientes fosilizados, recuperados de diversos yacimientos fósiles. Este análisis permite dilucidar si los dientes fósiles pertenecieron a individuos que murieron jóvenes –y que no podían, por ello, ser abuelos todavía– o si, por el contrario, sus propietarios eran individuos de mayor edad, que hubieran podido tener ya nietos.
Si se analiza un número suficientemente elevado de dientes y se calcula su edad relativa, puede determinarse el porcentaje de individuos jóvenes o viejos en una población. Puede así responderse una cuestión clave: ¿era este porcentaje igual hace tres millones de años que hace solo 30.000?

¿Los abuelos, clave para la evolución humana?

La respuesta a esta pregunta tiene su interés, tanto científico como humanístico. Si los ancestros del ser humano moderno también llegaban a ser abuelos, aunque no vivieran tanto como los actuales porque el periodo entre generaciones era más corto, podríamos concluir que la base de nuestra elevada longevidad es genética y que se ha mantenido así durante millones de años.
Si, por el contrario, el porcentaje de individuos más longevos es superior en poblaciones recientes que en las más antiguas, nos quedará la duda de si se trata de un cambio genético (una mutación que aumenta la longevidad), cultural (el progreso cultural y social permite una mayor supervivencia gracias al mayor control sobre el entorno), o si se debe a una conjunción de ambas causas.
Los resultados de los estudios de microtomografía han demostrado que, como se esperaba, la proporción de individuos capaces de tener nietos aumenta a medida que las poblaciones humanas se acercan a la edad moderna. Lo sorprendente es que se produce un vuelco extraordinario en este porcentaje hace solo unos 20.000 años, en un periodo de importante progreso tecnológico y cultural en la era paleolítica. Hasta ese momento, el porcentaje de individuos capaces de ser abuelos era siempre menor que el de quienes no lo eran. A partir de entonces tiene lugar la transformación que aún disfrutamos hoy: existen más personas en edad de ser abuelas de las que no se encuentran en dicha edad.
Los antropólogos especulan todavía sobre las causas de dicha transformación (culturales, biológicas o ambas) y también sobre sus efectos. Dichos efectos pudieron ser muy importantes para el desarrollo de la humanidad y para su supervivencia. El capital de sabiduría y experiencia que las personas de mayor edad aportan a la sociedad pudo –en aquellos tiempos de vida dura, corta y brutal– constituir una fuerza transformadora que consiguiera que la vida fuera menos dura, menos brutal y más larga.
El nacimiento de los abuelos pudo, por tanto, ser el evento que permitió el moderno desarrollo y la evolución del ser humano. Algo que debemos tener en cuenta para cuidar y respetar a nuestros ancianos.
Las consecuencias de la actual pandemia para las relaciones entre abuelos y nietos han sido muy duras. Muchos abuelos no han podido ver a sus nietos, y estos tampoco han podido recibir ni el cariño ni la sabiduría y experiencia de sus abuelos durante meses.
Es indudable que los abuelos ejercen una influencia muy positiva en la educación de sus nietos, aunque los padres suelan pensar que malcrían a sus hijos. Los abuelos y abuelas son figuras muy importantes para el desarrollo y la estabilidad social. Así lo indica incluso nuestra propia evolución, y es de justicia reconocerlo, como también es de justicia protegerles de esta terrible epidemia.
La esencia de Sepes es precisamente este cuidado, el hecho de poner en valor la importancia de cuidar y cuidar bien a nuestros abuelos. Si este artículo de Jorge Laborda Fernández, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Universidad de Castilla-La Mancha te ha hecho reflexionar y quieres saber más sobre nuestra organización y cómo puede ayudarte, solamente tienes que contactar con nuestro equipo de cuidadores.

Font: Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation

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